El carrito que no se llenaba

Todo parecía estar funcionando. Buen tráfico, productos con vistas, anuncios bien segmentados. Pero había un patrón que nos empezó a incomodar:
Mucha gente entraba, pero casi nadie compraba.
O peor: agregaban algo al carrito… y se iban.

Al principio pensamos que era normal.
Luego lo atribuimos al precio.
Después a la falta de urgencia.
Hasta que nos detuvimos a ver lo obvio:
Estábamos haciendo difícil algo que debía ser simple.

El botón de “agregar al carrito” era discreto. El proceso tenía demasiados pasos. Y la información clave, como envío y devoluciones, estaba enterrada al final de la página.
Nosotros lo sabíamos todo porque lo habíamos construido.
Pero el cliente llegaba sin mapa.
Y se perdía.

Decidimos hacer algo incómodo: mirar nuestra tienda como si fuera la de otro.
Borrar cookies. Simular una compra. Leer los textos sin contexto.
Y ahí lo vimos claro:
La tienda se veía bien… pero no guiaba.

Hicimos cambios pequeños, casi invisibles para el ojo casual:
Botones más visibles. Menos clics. Más claridad.
Y la conversión cambió.
Los carritos empezaron a llenarse.
Y a completarse.

Esa experiencia nos dejó algo claro:
El diseño no es arte. Es guía.
Y cada barrera, por mínima que sea, es una excusa para no avanzar.

Desde entonces, diseñamos con una sola pregunta en mente:
¿Esto ayuda… o estorba?